Hay algo que he aprendido en este camino de sanar y acompañar a otros en su sanación: la herida de humillación puede ser una de las más difíciles de enfrentar, porque toca nuestra esencia, nuestra autoestima y la manera en que nos vemos. Y si no hacemos algo, puede quedarse ahí, afectándonos en silencio durante años.
La humillación puede aparecer desde la infancia, en esos momentos en los que alguien nos hizo sentir avergonzados, pequeños, o como si lo que éramos no fuera suficiente. Tal vez te pasó cuando expresaste algo con emoción y alguien se burló, o cuando intentaste algo nuevo y te señalaron tus errores en lugar de tus esfuerzos. Esos momentos se quedan, y sin darnos cuenta, moldean cómo nos tratamos a nosotros mismos.
Cómo se refleja en la autoestima
Lo veo una y otra vez: las personas que cargan con esta herida suelen ser extremadamente duras consigo mismas. Cada error parece una confirmación de esa sensación de “no soy suficiente”. Te vuelves experto en minimizar tus logros y en amplificar cada pequeño fallo.
Es como si una parte de ti creyera que no tienes derecho a sentirte bien contigo mismo. Incluso cuando alguien te reconoce por algo, es difícil aceptarlo. Por dentro, piensas: “No es para tanto”, o “Seguro fue suerte”. Y eso duele, porque bloquea la posibilidad de verte con amor y orgullo.
¿Y el amor propio?
El amor propio no se trata solo de cuidar tu cuerpo o de decirte cosas bonitas frente al espejo. Es mucho más profundo. Es cómo te tratas en los momentos en los que más lo necesitas, cuando te equivocas, cuando tienes miedo, o cuando las cosas no salen como esperabas.
Pero si la herida de humillación sigue abierta, esos momentos suelen estar llenos de autocrítica. Te juzgas, te castigas y, sin querer, sigues replicando las palabras o actitudes de quienes alguna vez te hicieron sentir menos.
Esto también afecta tus relaciones. Puedes temer abrirte demasiado, porque el rechazo o la humillación parecen amenazas constantes. O, al contrario, puedes buscar aprobación constante para intentar llenar ese vacío que dejó la herida.
Mi camino y lo que he visto
Te cuento esto porque lo viví y porque he visto cómo esta herida afecta a tantas personas. Pero también porque sé que sanar es posible.
Sanar esta herida significa darte cuenta de que tu valor no depende de lo que otros digan o de lo que hayas vivido. Es un proceso de reconectar contigo mismo, con ese niño o niña que solo quería ser visto, aceptado y amado.
Con herramientas como la hipnoterapia, la programación neurolingüística y ejercicios de sanación emocional, es posible reprogramar esas creencias limitantes que te mantienen atado/a al pasado. No es magia, pero es profundo y transformador.
¿Qué pasa cuando sanas?
Cuando sanas, algo cambia desde adentro. Empiezas a verte de una manera diferente, con más compasión y respeto. Tu autoestima ya no depende de lo que los demás opinen, y el amor propio se convierte en tu base, no en algo que buscas fuera de ti.
El impacto también se ve en tus relaciones. Puedes ser más auténtico, más libre. Ya no temes tanto al rechazo, porque entiendes que el verdadero amor comienza contigo.
Te lo digo con el corazón: mereces sanar. Merezco sanar. Todos merecemos sanar.
Si esta herida resuena contigo, quiero que sepas que no estás solo/a. Hay un camino hacia la sanación, y aunque no sea fácil, te prometo que vale la pena. ❤️